miércoles, 24 de agosto de 2011

A veces necesitamos un poco de Sur para poder ver el Norte

(des)montando mitos (II). A veces necesitamos un poco de Sur para poder ver el Norte


Después de implorar a todos los Santos y desayunar ibuprofeno con zumo de naranja (por si los años que llevo sin escuchar misa debilitan mi derecho a recurrir a ayuda divina) para que mermase, aunque solo fuera un poco, mi resacoso dolor de cabeza, nos dirigimos en bus al verdadero destino de nuestro viaje.

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Conil de la Frontera esperaba, acogedor, divertido, caluroso y sacudido por el viento de Levante, tras una sucesión de paisajes de lo más andaluces.
Sevilla quedó atrás, y yo me pasé gran parte del viaje pegada a la ventanilla, casi sin pestañear, intentando registrar cada imagen de las que variaban tras el cristal como los fotogramas de aquellos viejos aparatitos que se compraban como recuerdo turístico.

Recuerdo que yo tenía uno que una tía me había traído de Venezuela. De pequeña, cerraba un ojo y acercaba el otro a aquella pequeña ventanita, como la de las cámaras de fotos. Y pulsaba el botón. El salto del Ángel, majestuoso, bellísimo. Clic. Gran Sabana. Clic. Los Juanes. Clic. Pico Bolívar. Sitios en los que yo jamás había estado, fotografías tomadas por otros y puestas ahí para niñas como yo que soñaban con cruzar el charco.

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Pero esta vez yo estaba allí, y a la vez no estaba. Todo pasaba ante mis ojos a la velocidad del autobus, y la única forma de contemplar estas estampas de nuevo alguna vez era grabarlas a fuego en mi memoria.

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Lo peor, o lo mejor, es que eso sucedió con cada momento del viaje.


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Fue una escapada de siete días no sólo a un lugar diferente, sino también a una forma de vida distinta.
A despertares entre amigas, pollo, nutella y cervezas como pilares de la dieta, bailes en pubs a pie de calle sin quince centímetros de tacón entre mi pie y el suelo.

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Sintiendo cada adoquín mientras me arranco por bulerías. Sintiendo los aires del sur de bar en bar, cigarro tras cigarro, paso tras paso y copa tras copa.

Clic.

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Y doy palmas, el verde de mi esmalte de uñas se agita a cada choque de anillos. Y de Melendi a Shakira, y los Delinqüentes,.. y la Carrá.



No sé por qué me sale cantar a viva voz que para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Clic.

Otro taxi, es tarde por hoy. El amanecer nos lleva inevitablemente a las aguas del Atlántico. Esto es una farsa –pienso-. Con esta temperatura no puede ser el mismo océano que baña Riazor.

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La enésima Cruzcampo, [el gozo de la juventud se agita en nuestros estómagos mientras]
saltamos las olas.

Clic.

Esta noche se nos hace tarde bailando en la terraza. Zapateando, agitándonos descalzas como si no hubiera mañana. Contando más de lo debido sin tener en cuenta que todo lo escuchan los vecinos.
Confesando, riendo, llorando a ratos.
Mejor a rato, en singular.

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Llorando fuerte, esforzándome en dejar todas las lágrimas ahí, perdidas en los abrazos de mis amigas, salando las sábanas blancas de cierto hotel gaditano. 

[La única parte de mi equipaje que no deseaba traer de vuelta a Coruña.]
El maquillaje ensucia el cuarto de baño, los tacones, una vez más, se quedan en el armario.

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Clic.

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Vamos a El Cortijo.
Lugar cuasi perfecto perdido e n  m e d i o  d e  l a  n a d a. 
Patio andaluz lleno de hombrecitos madrileños de camisa y americana. 
Chinos y bermudas, náuticos y alpargatas menorquinas.
Chicos on fire, on the flame, on the fire... qué se yo..
Y el aire de la calle a mi me huele a goma fresca.
COSMO. BRISA. BAILE. Sex on the beach. 

BESO.


Clic.

Los gallos cantan ya mientras arrastramos las maletas hasta el coche. El corazón agitado todavía, la música de radiolé nos despide desde el último taxi que cogimos.
Esperamos el bus exhaustas, morenas, felices.
Cuatro muchachos que ya se iban a dormir se paran a darnos conversación. Y ahí, en el colmo de lo simple, magnífico final para una semana indescriptible, uno se planta mi gorro en la cabeza y hace de una maleta su cajón flamenco.


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Clic.

NEGRO.

Se acabó la sucesión de fotos. Yo cierro los ojos, y me duermo.

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El avión nos trae de vuelta a casa. Somos las mismas, pero diferentes.
Yo por fin he encontrado el Norte.

{Aquel dolor en el pecho, el insomnio, los llantos con solo pensar tu nombre están enterrados en mi memoria, aplastados por recuerdos de colores, caras nuevas y confesiones de viejas amigas en un balcón.}

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Un beso enorme, Bi.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Sevilla tiene un color especial.

(des)montando mitos (I) Sevilla tiene un color especial.



Y ahí nos fuimos. Yo, y esas tres mujercitas que me equilibran, me hacen reír, me consuelan, me apoyan, me hacen mejor persona.

Un miércoles de julio dejamos atrás la lluvia y, sombreros de paja en mano, nos plantamos en un avión rumbo a Sevilla.

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Y resultó ser cierto que Sevilla tiene un color especial. Y que huele a azahar, y su gente está hecha de otra pasta.
Lo del calor insportable también. Pero a quién le importa cuando hay un tabernero que domina el grifo de cerveza como nadie. Y tras la quinta caña de Cruzcampo se apaga mi speech de “digais lo que digais, la Estrella Galicia es la mejor del mundo”.
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Las carcajadas se interrumpían solo para engullir otro bocado de las tapas que llenaban la barra, y para cuando se vaciaron los platos el acento andaluz ya me había conquistado irremediablemente.
Paseamos en una nube de aromas, borrachos de calor y sonrisas, y con el recuerdo de aquella pizarra que contaba los días hasta semana santa, hasta el siguiente bar.
En el camino, anécdotas en cada rincón, fotos frente a la giralda, conversaciones que hoy son lagunas en mi memoria.

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Mi estómago recibió sonriente el gintonic que tomé en una terraza sobre el Guadalquivir. Y allí siguieron las charlas, empezaron mis tesis sobre hombres y críos y los bailes de canciones que ya no recuerdo.
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Embaucadas ya por el aire del sur, los bailes previos fueron tan solo un calentamiento para lo que sucedió en la última discoteca a la que fuimos.
Los cuerpos se agitaron, pies descalzos se retorcían sobre mesas de madera y decenas de estudiantes de Erasmus salpimentaban el ambiente de encanto Europeo.

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Tras la última copa, volamos en coche hasta el hotel.

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Me han contado que vieron a cuatro jóvenes zambullirse en la piscina de una terraza en el último piso de un edificio a punto de dar las seis de la mañana.
Gracias a un jardinero que vio, oyó y calló, incumplieron las normas y culminaron la fiesta empapadas a la luz de la luna. 
Corriendo por los pasillos de un hotel que ya dormía, mientras todo parecía ya tan solo un sueño.

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Bi.

viernes, 5 de agosto de 2011

having the blues? forget Häagen Dazs.

...and try NYmag.
sarcastic, ironic, hilarius, fast, brief and well-written, and not as harsh as fashion critics.
just how fashion journalism is supposed to be.

"You know that old saying about getting dressed in the dark? This girl didn't get dressed in the dark — she got dressed in the dark, went into the light, found some highlighters, old cassette tapes, and children's Halloween table cloths, then went back in the dark, took some acid, and put her looks together. But fashion sometimes gets off on this kind of thing. Do you?"
The Best and Worst of June and July Magazines 


de vuelta en casa, cocinando posts.
Bi. 
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