a solas y locas

Soledad: un instante de plenitud.

Michel de Montaigne.

He estado hundida. Me he demostrado a mí misma por enésima vez que soy emocionalmente dependiente.

Que una foto, una actitud, una palabra o la falta de ellas pueden llevarme al suelo del mismo rincón de mi habitación, llenarla de los mismos gritos que sin quererlo salen como desgarrados del fondo de mi alma, con lágrimas descontroladas que salan la taza del mismo té.

Y el mundo siempre se termina. Aunque intente pensar en frío, algo arde dentro de mí, y me mantiene acurrucada, y eclipsa la capacidad de razonar, si es que alguna vez la tuve.

Las maletas siguen sin deshacer. Pruebo con esas canciones para el tiempo y la distancia que hace tanto que no escucho.

Pero cualquier palabra me recuerda esas que ya no me escribes ni me dices.

Y Blondie interrumpe a Iván.

¿que ha pasado?

 Parece que mi móvil suena, y el mundo no estaba tan muerto después de todo.

Ni tú tampoco.

Y nos vemos, y hablamos. Y me río con tu padre como siempre.

Tan sólo eso me vale de transición. De transición de la soledad a la vida social de nuevo.

No puedo evitar necesitar ambas, tratando de encontrar constantemente el equilibrio, entre ellas y conmigo.

Porque al final, no sería nada sin esos momentos de soledad y tontería. De desahogo, de retiro.

Pero moriría sin saber al menos que hay otra alternativa.

Y la hay. Y tanto que la hay.

Y cuando la recuerdo, se levanta el telón y los focos me apuntan directamente.

Porque eso es parte de la transición de la soledad a la locura en sociedad. 

Es importante dejar de ser el centro de un universo que converge en ti, para recuperar la osadía y la arrogancia y decidir que esta noche serás el centro, pero el mundo no morirá, sino que nacerá en ti.

En ti guapa, alta. En ti de labios fuchsia y uñas de colores.

En ti paseando entre tiendas solo para empaparte de colores y tendencias.

Qué remedio, también en hábitos tóxicos.

Que te envuelven, te seducen. Y tú te dejas seducir, y seduces con ellos.

Y devoras el queso fundido, la carne y la noche.

Y ríes con porteros de discoteca trajeados, de quinceañeras que parecen mayores que tú; y bailas hasta que amanece.

Porque la noche es joven. Y tú también.

Bi.

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