domingo, 24 de abril de 2011

Tócala otra vez, Sam

Sam. o tú; sí, tócame algo, cántame algo al oído.

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Quizás una de esas seis canciones que recuerdo a bote pronto, y que me hacen llorar.

Jacques Brel susurrándome apasionadamente, agitándome, suplicándome que no le deje.

Porque si alguna vez lo dejamos y quieres volver, háblame así y no podré resistirme.

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Not to talk about Cabrel. Oh, cuántas veces habré repetido ese Je L’aime a mourir en mi cabeza.

Cuando yo lo sentía, y cuando ansiaba que tu lo sintieras así también.

Porque por más que mi mente lo reproduzca una, y otra, y otra vez, no me canso.

Con la voz de Cabrel, no.

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Porque si Brel me agitaba suplicando, Cabrel me abraza, me acaricia las mejillas con un par de dedos y me hace sonreír todo el día.

Aún recuerdo esas noches, madrugadas incluso. Agarrada a una enorme taza de té, con la cara empapada de cascadas de agua salada. Escuchando a shakira. Sí, shakira. Antes de que agitase locamente la cadera.

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Y aprendí a quitarle al tiempo los segundos, tú me hiciste ver el cielo aún más profundo.

despegaste del cemento mis zapatos para escapar los dos volando un rato. Pero olvidaste una vital instrucción, porque aún no sé cómo vivir sin tu amor.

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Y si cierro los ojos, y pongo when you’re gone, todavía siento romperme dentro, como aquella primera vez que lloré con una canción. Y gritaba, gritaba en silencio por miedo a que mi madre me oyese sollozar.

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Cuántas veces seguidas podía llegar a reproducir aquellos cuatro minutos de canción?

Porque everything that I do, reminds me of you. Qué razón tenían aquellas palabras.

When you walk away I count the steps that you take. Do you see how much I miss you right now?

Y te echaba de menos. Mucho, en serio. Porque tú no lo sabes, pero, en parte, fuiste el primero.

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Y cuando la canción llegaba a la última estrofa, en el minuto tres, me rompía del todo. Y mi pecho temblaba con el llanto reprimido.

Y muy bajito, te repetía que te echaba de menos.

Espera, quizás esa no fue la primera. Sí la primera que me hizo llorar, pero no mi primera canción de amor.

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No tenía ni idea de qué iba la primera vez que la oí (y tampoco las cincuenta siguientes) pero ¿Y si fuera ella? la he rescatado muchas veces desde aquella primera.

Y sigue siendo ella. que otra vez me lleva, nunca me responde, si al girar la rueda…. Ella se hace fría y se hace eterna.

Gente que va y que viene siempre es ella.

Y, como El Principito, que debe leerse tres veces en la vida, las palabras de Sanz resurgían cada vez con un nuevo sentido.

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No hace mucho, me enganché a Maldita Nerea. Un día de mucho frío, camino de la facultad, me empecé a fijar de verdad en sus letras.

Y encontré inspiración para tantos posts, tantas frases bonitas.

Si me acompañas no tengo por eso ni hambre ni frío ni miedo ni sueño.

Es raro, porque me paso el día comiendo, y durmiendo. Vivo destemplada, y me asusto por cualquier cosa. Pero qué bonito es pensar que tú haces que todo eso se esfume.

Pero, Sam –o quién sea- sabes cuándo más necesito que me toques (una canción, se entiende)? En las noches lluviosas –o no tan lluviosas, pero melancólicas por cualquier motivo-.

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Porque no soy de esas que en días –noches- melancólicos se ponen canciones tristes para ponerse aún más melancólicos. Pero, seamos honestos, kanye west no apetece.

Simon & Garfunkel, en cambio, es perfecto.

O 3 doors down; Hold me when I’m gone. Sí, hold me pero very, very tight.

Porque a veces abrazarme a la taza de té no es suficiente.

O put some Dylan on. Déjale decirme que vamos a ser forever young.

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Bob, que Dios te oiga.

Y sí, ya lo he dicho, Simon & Garfunkel. ¿los mejores? Probablemente. Me gusta escucharles cantarle en silencio a Cecilia, y a Mrs. Robinson. Y, no sé por qué, es imposible que no me acuerde de Las Vírgenes Suicidas. S&G siempre me dan razones para releerlo.

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Si la noche está más lluviosa que melancólica, quizás me apetezca algo de The Doors. Vale, algo no, Light my fire. O La vereda de la puerta de atrás. Es extraño como canciones que para unos son de noches de amigos, incluso de fiestas, a mí me acompañan siempre en encuentros muy íntimos, a solas conmigo en mi cama, canciones exquisitas –porque son exquisitas- que se funden con la almohada y el edredón.

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Y, sólo antes de dormir, cuando Morfeo viene a robarme definitivamente de este mundo, y los párpados me pesan toneladas, suena Norah Jones. Que, aún después de todos estos años, sigue sin saber por qué she didn’t come.

Lo que yo sí sé es cuándo quiero volverme más roquera.

No, Sam, no en la discoteca. Realmente me ves agitando la cabeza al son de Rosendo? Vale, tengo mis días, pero en general, no.

Ponme Los Suaves. Pónmelos cuando esté motivada, pero no tanto como para cantar a grito pelado.

Deja que la historia de aquella Dolores, o Lola, se cuele por mis oídos y me anime inesperadamente.

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Cuando acabe seguro que tengo ganas para un poquito de Guns n Roses.

Canciones de más de cinco minutos que siempre apetece cantar bajo la ducha.

Más que cantar, vocalizar hiperexpresivamente.

Uooooooooooooh Sweet Child o’Mine. o Welcome to the Jungle.

Y así, ya fuera de la ducha, tengo ganas de I don’t feel like dancing pero yo me meneo como nunca mientras me seco con la toalla.

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Hablando de menearme.. Nada me hace moverme como el disco Monkey Business de BEP. OMG. No han vuelto a hacer nada como aquello. Boom Boom Poom Boom yeah.

Y así todo el rato.

Vale, y si tengo el día sexy –o es verano- ponme alguna canción de esas latinas con letras obscenas y me volveré loca.

Ladyyyyy no puedo despegarte from my mind, me pongo crazy when I see your body wild.

Oh, por dios, ese primer minuto de El Pedazo. Temo el día en que mi madre entre en mi habitación y me pille bailando esa canción. La verdad, mi madre o cualquiera. Me descontrolo hasta cuando la escucho por la calle.

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Por la calle, Sam, escucho música todo el tiempo. A veces, si el día está oscuro, me apetece indie: Vetusta, qué grandes. Pero en general necesito canciones que me hagan sentirme una diosa. Porque cuando camino en tacones no necesito nada más. Pero de día me hace falta un plus de seguridad, y en los últimos años hay una lista de diez canciones que siempre, siempre, consiguen dármelo.

Love Sex Magic – Ciara, Justin Timberlake.

Top of the World – The Pussycat Dolls.

Number 1

Beautiful- Akon ft. Colby O’Donis and Kardinal Offishal.

Single Ladies (Put A Ring on It) – Beyoncé

Shtut it Down – Pitbull, Akon.

Maria- Blondie.

Your Really Got Me –The Kinks.

All Day and All of the Night -The Kinks.

No hace falta que diga nada sobre Angel, verdad, Bea, Tere?

The Kinks, uno de mis grupos favoritos, sin duda.

Todas sus canciones son de las que me hacen caminar sintiéndome.. yo qué sé. Olivia Palermo cuando caminaba hacia el trabajo al principio de The City.

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O los Ángeles de Victoria’s Secret.

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Y camino casi a zancadas. Sintiéndome una number 1, single lady on top of the world, beautiful como nadie, creyendo ciegamente, siempre, SIEMPRE, en love, sex, and magic.

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Cuando se me da por creer más en sex que en todo lo demás, Pereza. Creo que me sé su discografía de memoria. Porque sus letras tienen ese charm rollo chuck que me vuelve loca.

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Como Kardinal Offishal y Akon cantando Dangerous con ese horroroso acento americano pero que es el único imaginable para esas letras.

Vale, con dangerous también me siento una diosa caminando.

De Eminem y Rihanna y su I love the way you lie mejor ni hablo.

Porque esa canción parece escrita con sangre. Escrita desde la pasión y el odio, que tantas veces se solapan. Y al final siempre duelen ambas.

Y por último, otras nueve canciones que no me gustan ni más, ni menos, pero siempre me transportan a momentos muy concretos. Y tienen tal poder, que sólo cerrando los ojos consiguen hacerme sentir lo mismo que en el sitio donde la escuché la primera vez.

Stand by Me. Los de Oasis me lo pedían cada mañana de uno de los meses más felices de mi vida. Estaba lejos de casa, y el camino que debía recorrer a diario duraba lo que dura esa canción.

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Kiss me trough the phone. La escuché unas cien veces una semana santa en canarias. Oírla de nuevo es sentir inevitablemente el calor africano en mi espalda, y deliciosos zumos de frutas recorriendo mi garganta.

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Hubo unas Navidades que sólo escuché Pereza. Amelie sobre todo. Fueron unas navidades grises; la música de esa canción, aunque preciosa, también lo es.

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Pero ya se sabe que después de la tormenta llega la calma o, en este caso, una tormenta aún peor.

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Una semana de divertido desenfreno en la más grande de las islas baleares. Con mis amigas. Fue una semana increíble en la que no dejó nunca de sonar hacer el amor bailando.

Yo nunca la había escuchado. Se me pegó y yo se la pegué a ellas –que la tenían en sus ipods desde hacia siglos-. Y caminábamos por la playa, de noche, de día, al amanecer.. sintiéndonos las reinas de todo y gritando que esa noche perderíamos el control bailando.

El mes siguiente lo pasé en autobuses intentando pasar el mayor tiempo posible con él para lograr la reconciliación. Y en el bus, y en su coche, sonaba siempre la Despedida.

Qué ironía.

Otra ironía –o simple coincidencia-, acabé el verano cantando Replay en las costas del sur de Galicia con una amiga. Día tras día en playas del Atlántico la recitábamos de memoria, y, como aquella chica que era una melodía, La canción de Iyaz se repitió en mi mente durante muchísimo tiempo.


Hubo –y hay- muchas, muchísimas otras.

Canciones que adoro, compositores que admiro.

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Letras que me hacen llorar y otras que me tuvieron bailando toda la noche en cada discoteca de una isla llamada Malta.

Canciones en italiano, en francés. En idiomas que me conquistan y me perturban. Que recuerdan el sabor de labios que hace tiempo que no pruebo, y otros que jamás volveré a rozar.

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Que me recuerdan a ti, que cuentan historias parecidas a la nuestra con final feliz que hacen que no me sienta tan estúpida por seguir creyendo en esto.

Otras acaban con él prendiéndole fuego a la casa.

En fin, son solo canciones.

Sea como sea, tócala otra vez, Sam.

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Bi.

pics from: weheartit, tumblr, daughterofthesohoriots.

martes, 19 de abril de 2011

Recuento de una breve escapada al paraíso.

Pachangueo en el iPod, sombrero de paja, bikinis de tops sin tiras en la maleta.

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Lanzarote me espera casi tres horas más tarde.

Y un resort vacacional.

Cinco días de vacaciones en el paraíso.

Desayunos sanos: tostadas con tomate, queso, pavo, yogur con arándanos, brochetas de frutas, té rojo.

Y no tan sanos: tortitas recién hechas, tortilla, huevos revueltos, crêpes con sirope, bollería artesana.

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Sol, mucho sol, que se cuela por cada poro de mi piel, que me despeja la mente, y me hace sudar desintoxicándome por fin de todos los restos de los vicios del invierno.

y comida con los pies entre la arena de una cala privada en el hotel.

Y siesta a la sombra.

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Las letras de Capote entre las manos. Luego Henry James, la biografía de María Antonieta (por segunda vez) y más James.


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Chapuzones sin freno, batidos de fresa sentada en taburetes sumergidos en el agua.

Chicos guapos.

Con náuticos y wayfarer.

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Más sol, y entonces lo escucho. Ese acento británico que te seduce hasta el alma.

Y miro, y oh, es uno de esos de náuticos y wayfarer.

Cierro los ojos de nuevo. Me estiro, y le sonrío al sol. Es guapo, eh?

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Duchas, cremas, camas que me hacen sentir en las nubes.

Bonito paseo hasta el puerto de casitas blancas, vida relajada. Barcos, restaurantes, tiendas de ropa y sólo un supermercado.

-la zona guiri está más al Norte.

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Y de nuevo a la mesa. Bromas con el cocinero, con los camareros, comida, más comida.

Postres de película.


Un gintonic en la terraza, el sonido de las bolas de billar chocando entre ellas, y el golpe de taco.

Las horas pasan así. Cálidas, dulces.

El color block puebla el armario de la habitación.

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Y el spa. Oh, el spa.

Chorros descontracturan cada parte de mi cuerpo, la sandía y el melón lo refrescan por dentro, sauna, baño turco lo purifican.

Paseos descalza sobre piedras volcánicas.

Jacuzzi de agua caliente, fría.

Duchas también bitérmicas, otras escocesas, que me hacen cosquillas.

Masajes con chocolate. Con cuencos tibetanos. A cuatro manos.

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Sol. Una y otra vez. Tengo calor. Me apetece un smoothy.

Me acerco a la barra de un bar del hotel y pido un kiwi cool.

Y, oh, mira quién está. El británico.

El camarero pregunta: en efectivo o lo cargas a la habitación?

A la habitación. Seis veintidós.

Resulta que los números en son lo primero que aprenden en clase de español.

Y una nota que se desliza, horas más tarde, bajo mi puerta.

Y mientras todo el mundo está en el hall del hotel, o en las habitaciones durmiendo ya, paseamos hasta la calita privada.

Gintonics con arenas entre los pies. Bailes latinos, canciones gritadas a coro.

Me caes bien, le digo.

English, please.

Doesn’t matter.

Ni intercambio de facebooks, ni de móviles, ni besos ni un simple tonteo.

Sólo un par (quizá varios) de copas.

Risas, confidencias entre desconocidos.

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A María Antonieta la guillotinan, el sol se pone, el viento amenaza Canarias y un minibus me lleva al aeropuerto.

Sobrevolando el Atlántico, me miro la mano. Pues sí, me he puesto morena.

Y un anillo de plata.

No recuerdo haberlo comprado.

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Espera. Qué fue lo que pasó aquella noche? Oh, le rocé la mano?

Papel de regalo fucsia se difumina en las lagunas de mi memoria.

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Qué más da, el avión aterriza.

Y en el aire quedan sueños del paraíso, masajes, calor, batidos y noches extrañamente divertidas, dejándome como recuerdo un color más oscuro en la piel y las bolitas de plata de un anillo bailando en mi dedo corazón.

Un beso con cierta morriña vacacional, Bi.

martes, 12 de abril de 2011

me escapo unos días...

Después de que en los últimos años mis antes anuales visitas a las islas Canarias se volvieran intermitentes, hoy pongo rumbo allí de nuevo, esta vez –y por primera- Lanzarote.




Cinco días para a penas salir del hotel, dejar el mac en casa, y lucir por anticipado shorts y vestidos veraniegos.

Madrugar para poder desayunar más que con calma. Y luego tumbarme al sol, y leer, leer y leer hasta el agotamiento, entre batidos y zumos, y chapuzones en las piscinas.

Y, además del mac, dejarme en casa el maquillaje, y las pulseras, casi hasta la vergüenza, si me da por ponerme todos esos conjuntos (y pamelas) que en Coruña desentonarían.






Y más comida. Ensaladas, hamburguesas a la sombra de una jaima.

Siestas bajo palmeras o bajo los rayos de ese sol que tanto ansío con las letras de Dylan acariciándome los oídos.


Eso sin hablar del avión, los aeropuertos, el murmullo de las maletas por la terminal, los abrazos de las sábanas blancas de algodón, el servicio de habitaciones y demás cosas que hacen que viajar se siempre uno de los mayores placeres para mí.

Nos vemos en cinco días.

Un beso casi moreno,

Bi.


P.D. y ODIO photobucket, qué pasa con mis fotos?

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