(des)montando mitos (II). A veces necesitamos un poco de Sur para poder ver el Norte
Después de implorar a todos los Santos y desayunar ibuprofeno con zumo de naranja (por si los años que llevo sin escuchar misa debilitan mi derecho a recurrir a ayuda divina) para que mermase, aunque solo fuera un poco, mi resacoso dolor de cabeza, nos dirigimos en bus al verdadero destino de nuestro viaje.
Conil de la Frontera esperaba, acogedor, divertido, caluroso y sacudido por el viento de Levante, tras una sucesión de paisajes de lo más andaluces.
Sevilla quedó atrás, y yo me pasé gran parte del viaje pegada a la ventanilla, casi sin pestañear, intentando registrar cada imagen de las que variaban tras el cristal como los fotogramas de aquellos viejos aparatitos que se compraban como recuerdo turístico.
Recuerdo que yo tenía uno que una tía me había traído de Venezuela. De pequeña, cerraba un ojo y acercaba el otro a aquella pequeña ventanita, como la de las cámaras de fotos. Y pulsaba el botón. El salto del Ángel, majestuoso, bellísimo. Clic. Gran Sabana. Clic. Los Juanes. Clic. Pico Bolívar. Sitios en los que yo jamás había estado, fotografías tomadas por otros y puestas ahí para niñas como yo que soñaban con cruzar el charco.
Pero esta vez yo estaba allí, y a la vez no estaba. Todo pasaba ante mis ojos a la velocidad del autobus, y la única forma de contemplar estas estampas de nuevo alguna vez era grabarlas a fuego en mi memoria.
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Fue una escapada de siete días no sólo a un lugar diferente, sino también a una forma de vida distinta.
A despertares entre amigas, pollo, nutella y cervezas como pilares de la dieta, bailes en pubs a pie de calle sin quince centímetros de tacón entre mi pie y el suelo.
Sintiendo cada adoquín mientras me arranco por bulerías. Sintiendo los aires del sur de bar en bar, cigarro tras cigarro, paso tras paso y copa tras copa.
Clic.
Y doy palmas, el verde de mi esmalte de uñas se agita a cada choque de anillos. Y de Melendi a Shakira, y los Delinqüentes,.. y la Carrá.
No sé por qué me sale cantar a viva voz que para hacer bien el amor hay que venir al Sur.
Clic.
Otro taxi, es tarde por hoy. El amanecer nos lleva inevitablemente a las aguas del Atlántico. Esto es una farsa –pienso-. Con esta temperatura no puede ser el mismo océano que baña Riazor.
La enésima Cruzcampo, [el gozo de la juventud se agita en nuestros estómagos mientras]
saltamos las olas.
Clic.
Esta noche se nos hace tarde bailando en la terraza. Zapateando, agitándonos descalzas como si no hubiera mañana. Contando más de lo debido sin tener en cuenta que todo lo escuchan los vecinos.
Confesando, riendo, llorando a ratos.
Mejor a rato, en singular.
Llorando fuerte, esforzándome en dejar todas las lágrimas ahí, perdidas en los abrazos de mis amigas, salando las sábanas blancas de cierto hotel gaditano.
[La única parte de mi equipaje que no deseaba traer de vuelta a Coruña.]
El maquillaje ensucia el cuarto de baño, los tacones, una vez más, se quedan en el armario.
Clic.
Vamos a El Cortijo.
Lugar cuasi perfecto perdido e n m e d i o d e l a n a d a.
Patio andaluz lleno de hombrecitos madrileños de camisa y americana.
Chinos y bermudas, náuticos y alpargatas menorquinas.
Chicos on fire, on the flame, on the fire... qué se yo..
Y el aire de la calle a mi me huele a goma fresca.
COSMO. BRISA. BAILE. Sex on the beach.
BESO.
Clic.
Los gallos cantan ya mientras arrastramos las maletas hasta el coche. El corazón agitado todavía, la música de radiolé nos despide desde el último taxi que cogimos.
Esperamos el bus exhaustas, morenas, felices.
Cuatro muchachos que ya se iban a dormir se paran a darnos conversación. Y ahí, en el colmo de lo simple, magnífico final para una semana indescriptible, uno se planta mi gorro en la cabeza y hace de una maleta su cajón flamenco.
NEGRO.
Se acabó la sucesión de fotos. Yo cierro los ojos, y me duermo.
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El avión nos trae de vuelta a casa. Somos las mismas, pero diferentes.
Yo por fin he encontrado el Norte.
{Aquel dolor en el pecho, el insomnio, los llantos con solo pensar tu nombre están enterrados en mi memoria, aplastados por recuerdos de colores, caras nuevas y confesiones de viejas amigas en un balcón.}
Un beso enorme, Bi.