miércoles, 28 de septiembre de 2011

martes, 20 de septiembre de 2011

Un capricho se diferencia de una gran pasión en que el capricho dura toda la vida.

Porque los días pasan y la ilusión, la pasión, para lo bueno y para lo malo, d e s p a r e c e n.
Y después de veintinueve meses de relaciones, besos, abrazos la pasión no se había ido, pero el amor, de verdad, seguía sin llegar. Y aquello era agotador.

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Cada uno por su lado y tampoco entonces pude usar la razón. Llantos, empachos, nervios, gritos y almohadas saladas. Pero ah, cuatro meses más tarde, la tristeza pasional y desgarradora comienza a abandonarme.

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Y así una vuelve a escribir aquí, cambia las cañas de cerveza por botellas verdes de agua con gas y se muda de nuevo a Santiago.

En los últimos años me he pasado temporadas viviendo con esa filosofía de live fast, die young and leave a beautiful corpse, justificando todo con locuciones latinas o italianas, ora carpe diem, ora dolce far niente.
PhotobucketTambién el placer justificaba los malos ratos. Porque cuando conoces el paraíso, se hacen más soportables unos minutos –a veces días- de infierno.
Y lo que más me aterraba era volver a la tierra. A la mediocridad, a lo mundano. Creía que jamás me iba a volver a conformar con menos, y me enfadé cuando él lo hizo.

La ira, por supuesto, también se desvaneció según caían las hojas del calendario.
Igual que las ilusión por volver a clase se extingue al pisar la calle después del segundo día de colegio, o a la quinta comida en tu nuevo piso compartido.

Pero, ¿y si lo que queda cuando toda la pasión se va, es lo que de verdad importa?
¿No es cierto que las parejas más sólidas son las que, aún cuando pasan los años, aún cuando el deseo merma, siguen amándose como el primer día? ¿No es más auténtico el esfuerzo, más valorado el estudio, cuando se persevera, a pesar de las dificultades?

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Un año después de empezar la carrera, algo más de ciento veinte días después de romper para siempre contigo, tras una semana viviendo con mi queridísima amiga, cuando ya han pasado un par de estaciones desde que la moda me llenase por última vez, me da miedo hacer balance.


Pero como parece que todas mis rabietas se han extinguido ya, el miedo tampoco tiene ahora sentido, y entonces, me doy cuenta.

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El hueco siempre reservado para él en mi vida, en mi mente y en mi corazón vuelve a tener los inquilinos que nunca debí haber descuidado, mi carrera empieza a no llenarme suficiente y adoro a mi amiga más que nunca.

La moda, era mi gran duda, mi gran dilema. Después de toda la tormenta, de la emoción de mis primeras Vogues, y la guerra de la desilusión, ¿Qué?

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¿Habría todo sido mi refugio adolescente, una afición que ahora quedaría para siempre en el olvido? ¿Recordaría mi colección de Harper’s, las visitas a museos, las horas pasadas leyendo a Menkes como ratos perdidos al servicio de una mera afición?

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Entonces recurro a style.com.
Cuatro horas y cientos de desfiles, noticias y posts más tarde, me siento a escribir esto.
Porque esto sí sigue emocionándome.
Sigo sonriendo como una boba con cada diseño de Elie Saab, corriendo a escribir a Bea cuando algo me indigna, y llamando Gabrielle a Coco Chanel. Sigo, y seguiré, siendo crítica con quienes dan demasiada importancia a los y las bloggers –sobre todo, personal style bloggers-, compartiendo ciegamente lo que Bryan Boy dice en este post, y admirando con locura a quienes hacen verdadero periodismo de moda.

Y recupero una vieja caja de recuerdos.

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[Recuerdos como unos pequeños triángulos negros de esmalte con cinco bonitas letras inscritas, el último número de Carine para Vogue París, la caja de mi primer esmalte de Dior y algunas fotos del maravilloso batiburrillo que es el estilo de MKOlsen.
Hay más que moda. Están los trozos de lazo que corté de mis primeras bailarinas de ballet, una cajetilla de cigarros de chocolate de hace un par de veranos, una foto de mi ahijada, y, allá en el fondo, esa carta que olvidé quemar.]

Surge –resurge- ese bum bum bum apurado que distribuye la sangre por mi cuerpo. 
El Arte de lo Efímero lleva a mis ojos el brillo de noches ardientes, o saltos en paracaídas, o finales de película épicos.

Entonces pienso que tú y tu buena relación te puedes meter tu seguridad y comodidad por donde te quepan. 

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Que exceso siempre fue mejor que defecto, que todo es relativo al amanecer, o quizás hagan falta diez años para relativizar los malos momentos, pero los buenos, siempre serán buenos.

Y con eso me quedo. Con las risas, y la emoción, y también los altibajos.

Porque eso da un nuevo sentido a los momentos buenos, y en general te sientes más viva y más llena.

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Porque beba lo que beba, viva donde viva, sea cual sea la razón que robe la calma de mi corazón, al final son esas pequeñas grandes pasiones -caprichos, para Wilde-, los arranques de delirio, los arrebatos, el frenesí, los que agitan y ordenan mi mundo.


 feliz de estar de vuelta, Bi.

P.D. este fue uno de los posts más ordenados y coherentes que he publicado y, sin embargo, me parece más caótico que ningún otro. Tanto, que ni título he podido encontrarle todavía.
Para bien, o para mal, esos que me pedisteis que volviera, espero que sigais ahí.

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