Llámalo melancolía.

Es de noche y tengo lágrimas en los ojos.
Para ser precisos, tengo los mofletes empapados, y es ya más de la una.

No estoy triste, ni enfadada.
Quiero encender un cigarro y llamar a alguna amiga italiana.
Luego oír música bajita, abrazarme a mí misma y soñar que duermo contigo.


Es curioso cómo mi cuerpo me advierte y me prepara para lo que me va a ocurrir, para mis propios sentimientos.

Insomnio, pesadillas.
Me vengo a Santiago a pasar una semana.
La enésima discusión contigo, el llanto contenido. El aire lluvioso.
Me apetece comprarme una libreta gruesa y volver a escribir a mano.
Pasan las horas, los días. Tomo distancia contigo, y te muestras cada vez más cariñoso, empiezas a echarme de menos. Casi me atrevo a sonreír, salir de ese estado fuera de este mundo en el que me encontraba.
Le baiser de l'hotel de ville, de Robert Doisneau, algo rasgado, en la pared.
No paras de enviarme mensajes. Es agradable saber que estás ahí.

Me tumbo en el sofá, agotada y fría.
Ceno tostadas de Nutella. Y se me ocurre ver Drácula, de Coppola.
Inevitablemente, rompo a llorar.



Mis mofletes están secos. El reloj pasa de las dos y veinte.
Estoy agotada y, no sé por qué, nerviosa.

hacía tiempo que no echaba algo de menos.

Bi.