Sweets or Heels (II)

Por mucha fantasía, espiritualidad, mucho Disney o pies descalzos por la arena, a veces una entrevista a Louboutin en la Harper’s, We no Speak Americano que suena de repente, o ese maravilloso pintalabios rojo pasión de Chanel que compré por caranavales y que había olvidado en el fondo del neceser resucitan a aquella Bi. que buscaba la perfección entre tacones altísimos, miradas de soslayo, y uñas Roige Noir.

Sí, esa chica que se siente protagonista cuando oye “that girl is so dangerous” y no deja de bailar ni para recogerse el pelo en un moño alto. Porque aunque ahora quisiera mantener esa parte de mí dormida –no es tanto que yo quiera, más bien quedó exhausta tras el verano pasado, incluso el invierno pasado- no puedo negar que no sería yo sin ella. ¿Qué le voy a hacer? Si unas suelas rojas me ponen los pelos de punta, si por mucho que adore las frutas y verduras, pocas cosas saben como una cucharada de manteca de cacahuete.

Todavía recuerdo aquella mañana de sábado en Brighton, mi primera (casi la única) resaca importante. Hacía unas ocho horas de mi primera experiencia con absenta, pero me moría de ganas por montar en la atracción más alta del Pier –costaba unas diez libras, llevaba toda una semana sin probar un frapuccino para justificar así el gasto frente a mi madre, y evitar decirle que iba a gastar quince euros para que me lanzaran al vacío-. Tras el chute de adrenalina, y con el estómago revuelto, un guaperas de Vigo me retó a tomarme una Doble Whopper. Si estuviéramos en Coruña le hubiera dicho que ni por asomo, pero allá? No había reglas, no tenía nada que perder, sentía que iba a devolver de todas formas. Devoré la hamburguesa, unas patatas super y Coca Cola gigante. Oh sí. Creo que mi orgullo sólo fue en aumento desde aquello.



Ese verano compré mi primera Vogue. El número de Julio, versión británica, me descubrió un mundo de glamour, skinny bodies, vestidos cortos, joyas cuyo precio supera las seis cifras y, claro, tacones eternos.




Cuando llegó el invierno The Killers sonó por primera vez en mi iPod (aunque yo era una vieja fan de los Red Hot) y probé a pasarme de las cuatro capas de máscara. Malta y los blogs hicieron el resto.

Es que disfruto tanto caminando mirando al frente, combinando Vodka con naranja con Marlboro Light… disfruto tanto maquillándome, vistiéndome, CALZÁNDOME, préparándome para pasarlo genial. No sabeis cuánto adoro el dolor de los pies al tocar de nuevo suelo firme, y el frío de las baldosas contra las ampollas de tanto bailar. Echarme el tónico, la loción, quitarme las lentillas al llegar. Cómo me vuelvo loca cuando mi corazón se acelera.

Porque esto no sólo va de vivir la noche, es una way of life en general.
El padre de los peinados desechos, el cuero, también los desnudos de Helmut Newton,…que bebe de la generación beat, y que es en sí un movimiento cultural.





Primo no tan lejano de la movida madrileña, familiar de Mayo del 68. Es exceso, descaro, irreverencia. Es perderle el miedo al glamour, al chic, a vestidos de tres mil euros, a creerse un poco la mejor del mundo. Son las fotos de vinilos viejos, metros de chupitos, también The Cobra Snake. Es el street-style, la moda independiente.

Cómo admiro a Kate Moss, Edie Sedgwick, BB. Cómo me gusta esa Lindsay Lohan que un día parece acabada enseñando su ropa interior al subir a una limusina y otro viste de Dolce & Gabanna en la portada de Vogue recordando a la ambición rubia, o estas declaraciones de la Jenny Humphrey a la que le da igual todo y el platino le queda de vicio.

¿por qué no te fugas de Wonderland por una noche, te calzas ( unos .. bueno, tú ya sabes qué ) le gritas al mundo “baby I know how to fly, can nothing hold me down, I’m gonna touch de sky”, lames (la sal), bebes (de penalti, el chupito de tequila), chupas (la rodaja de limón) y te vuelves dangerous?

Mi chico siempre dice que soy toda una señorita. ¿Pero que hay de malo en que me inspire en Holly Golightly y Eve Harrington a la vez?

Porque al final todo se reduce a Love, Sex and Magic.

xoxo, Bi.