Me pido jugar con el tiempo.

Ni ser invisible, ni atravesar paredes o leer mentes ajenas. Yo me pido jugar con el tiempo.

Y así poder volver atrás, retroceder dos años en mi vida y volver a vivir aquellos dulcísimos dieciséis. Y aprovechar más los diecisiete.



Volver a escaparme contigo, y leer a escondidas tus cartas con faltas de ortografía.

Ir más, más atrás. Ser más segura, escuchar más a mamá. No sufrir tanto por amigas que van y vienen y apreciar más a las que todavía están ahí.

Descubrir antes esa revista que me descubrió un nuevo mundo.

Asumir desde el principio que el Tod's que mi madre se compró cuando yo tenía diez años es precioso.

Apagar la tele aquel día que pusieron un video sobre un hombre que se ponía aquello por el cuerpo que me hizo tenerles una terrible fobia para siempre a ciertos animales.

Dejar que mi abuela me ponga lazos grandes en el pelo. Y que me enseñe a comportarme como una señorita.

Después dar un último paso atrás para coger impulso y saltar al futuro.
Y verme estresada por los exámenes de Mayo, y así estudiar día a día en el segundo cuatrimestre.

Descubrir a quien le fue bien, y a quien mal en la vida.
Leer con sorpresa -o no- cual es el nombre que firma la carta de la directora de la Vogue española, americana y francesa.

volver a leer el Principito.

Enterarme si hay alguna cura para esa enfermedad que hace que esa persona que tanto quiero vaya a dejar de conocerme en unos años. Y volver al presente, y susurrársela a algún médico al oído.

Y, por último, parar el reloj un momentito, y sumergirme entre las palabras de Edith Warthon.
"la adorarás" -me dijo un profesor la semana pasada- "es exquisita".
Y qué razón tenía.

Página tras página disfrutar como no lo hacía desde Emma o El retrato de Dorian Gray.

Y tomar mucho roiboos de vainilla.

Que no se haga de día, que no suene el despertador. Y yo pueda seguir leyendo, bebiendo té y durmiendo a tu lado.

Eternamente.

Bi.